Algo grave debe haber ocurrido para que doña Visitación, Visi en sus círculos de confianza, no estuviera a las ocho de la mañana en su puesto de guardia de San Vicente de Paul. Sentada en uno de los veladores de Casa Diego controlaba casi a diario una de las arterias principales de su Triana: la parroquia, la ronda y Santa Cecilia.
No es que doña Visitación disfrutara siendo anunciadora de malas noticias, pero sentía la imperiosa necesidad de tener la primicia y divulgarla antes que nadie. Así que cuando empezó a escuchar rumores y chivatazos acerca del terrible accidente de su amiga Concha, se puso en marcha para que no le pisaran la exclusiva. A los pocos minutos ya estaba descolgando el teléfono y marcando el número de su viejo vecino:
- ¡Ay Amancio! ¡Qué disgusto más grande...!
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