viernes, 4 de abril de 2014

Severiano.

Severiano era un señor de los de sombrero y bufanda de octubre a mayo. Cada día bajaba desde el mercado de San Jorge hasta el de San Martín de Porres con paso firme y lento para echar un vistazo. Miraba al frente con la solemne expresión de quien ve la vida desde la atalaya de la muerte. Hoy también podía ser su último paseíllo, como pudo serlo ayer y como lo puede ser pasado mañana. Y no tenía la intención de perder su, posiblemente, última oportunidad de disfrutar de la vida y sus placeres.

La temperatura era agradable, casi veraniega y el sol lucía en lo alto de la torre Pelli. Severiano se colocó el sombrero y se palpó los bolsillos de la chaqueta repitiendo el ritual de cada mediodía comprobando que todo estaba en su sitio. Dio por hecho que sería un buen día y sonrió para sus adentros y un poquito para afuera delante del espejo. Las once y media era un buen momento para tomarse un cafelito con leche.

Salió de su portal de la calle Betis y miró a ver cómo iba el río de crecido y si había gente pescando. Todo ok. Un giro a la izquierda y enfiló al Altozano. Debatió internamente qué cafetería visitar hoy sin terminar de decidirse cuál tenía la camarera más lozana, vitalista, optimista, exhuberante, simpática, alegre, educada y pechugona... Y como todas las mañanas se fue a ver a Sara y sus bamboleantes atributos.

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